Parecen impenetrables los animales pero en sus planetas hay hendijas. La principal se encuentra en las relaciones que establecemos con ellos. La manera como nos comportamos con un perro o un canario y la forma como ellos responden permiten que algo adivinemos de sus órbitas.
Tengo entendido que los rinocerontes se bañan a diario de igual manera que los hipopótamos que en griego son caballos de ríos. Sus planeta son los charcos, las corrientes y las piscinas naturales que se forman en algunos valles africanos.
El mundo de mis pericos es mucho más limitado y ellos parecen aceptar esa condición a cambio de los cuidados que les prodigamos. Y lo único que sé de ellos es que a ratos se disgustan o juegan, cantan o se quedan silenciosos según el día esté muy triste o soleado.
He notado también que son bastantes sensible a los sonidos. En la noche cuando cae la luz y el entorno de su jaula se oscurece, acallan sus gorjeos. Pasa entonces que en ocasiones nosotros subimos demasiado el volumen al televisor o tenemos visitas divertidas que ríen a mandíbula batiente. Pues los pericos reaccionan ante estos excesos y responden de manera parecida. Arman una algarabía que no se acalla hasta no bajar nuestro volumen o cubrirles su jaula con un paño.
El planeta interior del gato negro era un enigma hasta hoy que ha tenido que dejar de portarse como un objeto inanimado. Tuvimos que invadir este domingo sus dominios para asear la alcoba donde le hemos instalado sus objetos: los platos de comida, el bebedero de agua y la caja de arena donde puede esconde con pulcritud sus excrementos.
Tanto organizamos camas, cambiamos muebles y limpiamos, que se vio obligado a salir de su escondite. Subió espantado al segundo piso y escogió otro rincón para aislarse. Yo quiero interpretar esto como un primer signo de querer aceptarnos. Al menos ya no mira con tanto escepticismo. ¿Se irá a morir este gatito de tristeza?